Hay que persuadir a Obama de que evite la guera
nuclear
No quiero estar
ausente en estos días. El mundo está
en la fase más interesante y peligrosa de su existencia y yo estoy bastante
comprometido con lo que vaya a pasar.
Tengo cosas que hacer todavía
Carmen
Lira Saade
Periódico La Jornada
Lunes 30 de agosto de 2010, p. 2
Lunes 30 de agosto de 2010, p. 2
La
Habana. Estuvo
cuatro años debatiéndose entre la vida y la muerte.
En un entrar y salir del quirófano, entubado, recibiendo alimentos a través de
venas y catéteres y con pérdidas frecuentes del conocimiento…
Mi enfermedad no es ningún secreto de Estado, habría
dicho poco antes de que ésta hiciera crisis y lo obligara a hacer lo que tenía
que hacer: delegar sus funciones como presidente del Consejo de Estado y,
consecuentemente, como comandante en jefe de las fuerzas armadas de Cuba.
No puedo seguir más, admitió entonces –según
revela en ésta su primera entrevista con un medio impreso extranjero desde
entonces–. Hizo el traspaso
del mando, y se entregó a los médicos.
La conmoción sacudió a la nación entera, a los amigos
de otras partes; hizo abrigar esperanzas revanchistas a sus detractores, y puso
en estado de alerta al poderoso vecino del norte.
Era el 31 de julio de 2006 cuando dio a conocer, de manera oficial, la carta de
renuncia del máximo líder de la
Revolución cubana.
Lo que no consiguió en 50 años su enemigo más feroz
(bloqueos, guerras, atentados ) lo alcanzó una enfermedad sobre la que nadie
sabía nada y se especulaba todo. Una
enfermedad que al régimen, lo aceptara o no, iba a convertírsele en secreto de
Estado.
(Pienso en Raúl, en el Raúl Castro de aquellos
momentos. No era sólo el paquete que
le habían confiado casi de buenas a primeras, aunque estuviera acordado de
siempre; era la delicada salud de su compañera Vilma Espín –quien poco
después fallecería víctima de cáncer–, y la muy probable desaparición de
su hermano mayor y jefe único en lo militar, en lo político, en lo familiar.)
Hoy hace 40 días Fidel Castro reapareció en público
de manera definitiva, al menos sin peligro aparente de recaída. En un clima distendido y cuando todo hace pensar
que la tormenta ha pasado, el hombre más importante de la Revolución cubana luce
rozagante y vital, aunque no domine del todo los movimientos de sus piernas.
Durante alrededor de cinco horas que duró la
charla-entrevista –incluido el almuerzo– con La Jornada,
Fidel aborda los más diversos temas, aunque se obsesione con algunos en
particular. Permite que se le
pregunte de todo –aunque el que más interrogue sea él– y repasa por
primera vez y con dolorosa franqueza algunos momentos de la crisis de salud que
sufrió los pasados cuatro años.
Llegué a estar muerto, revela con una tranquilidad
pasmosa. No menciona por su nombre
la divertículis que padeció ni se refiere a las hemorragias que llevaron a los
especialistas de su equipo médico a intervenirlo en varias o muchas ocasiones,
con riesgo de perder la vida en cada una.
Pero en lo que sí se explaya es en el relato del
sufrimiento vivido. Y no muestra
inhibición alguna en calificar la dolorosa etapa como un calvario.
Yo ya no aspiraba a vivir, ni mucho menos... Me pregunté varias veces si esa gente (sus
médicos) iban a dejarme vivir en esas condiciones o me iban a permitir morir... Luego sobreviví, pero en muy malas condiciones
físicas. Llegué a pesar cincuenta y
pico de kilogramos.
Sesenta y seis kilogramos, precisa Dalia, su
inseparable compañera que asiste a la charla.
Sólo ella, dos de sus médicos y otros dos de sus más cercanos colaboradores
están presentes.
–Imagínate: un tipo de mi estatura pesando 66
kilos. Hoy alcanzo ya entre 85 y 86
kilos, y esta mañana logré dar 600 pasos solo, sin bastón, sin ayuda.
Quiero decirte que estás ante una especie de
re-su-ci-ta-do, subraya con cierto orgullo.
Sabe que además del magnífico equipo médico que lo asistió en todos estos años,
con el que se puso a prueba la calidad de la medicina cubana, ha contado su
voluntad y esa disciplina de acero que se impone siempre que se empeña en algo.
–No cometo nunca la más mínima violación
–asegura–. De más está
decir que me he vuelto médico con la cooperación de los médicos. Con ellos discuto, pregunto (pregunta mucho),
aprendo (y obedece)...
Conoce muy bien las razones de sus accidentes y
caídas, aunque insiste en que no necesariamente unas llevan a las otras. La primera vez fue porque no hice el calentamiento
debido, antes de jugar basquetbol.
Luego vino lo de Santa Clara: Fidel bajaba de la estatua del Che, donde había presidido un homenaje, y
cayó de cabeza. Ahí influyó que los
que lo cuidan a uno también se van poniendo viejos, pierden facultades y no se
ocuparon, aclara.
Sigue la caída de Holguín, también cuan grande es. Todos estos accidentes antes de que la otra
enfermedad hiciera crisis y lo dejara por largo tiempo en el hospital.
Tendido en aquella cama, sólo miraba a mi alrededor,
ignorante de todos esos aparatos. No
sabía cuánto tiempo iba a durar ese tormento y de lo único que tenía esperanza
es de que se parara el mundo, seguro para no perderse de nada. Pero resucité, dice ufano.
–Y cuando resucitó, comandante, ¿con qué se
encontró? –le pregunto.
–Con un mundo como de locos... Un mundo que aparece todos los días en la
televisión, en los periodicos, y que no hay quien entienda, pero el que no me
hubiera querido perder por nada del mundo –sonríe divertido.
Con una energía sorprendente en un ser humano que
viene levantándose de la tumba –como él dice– y con la mismísima
curiosidad intelectual de antes, Fidel Castro se pone al día.
Dicen, los que lo conocen bien, que no hay un
proyecto, colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada
y que en especial lo hace si tiene que enfrentarse a la adversidad, como había
sido y era el caso.
Nunca como entonces parece de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo: las cosas
deben andar muy mal, porque usted está rozagante.
La tarea de acumulación informativa cotidiana de este
sobreviviente comienza desde que despierta.
A una velocidad de lectura que nadie sabe con qué método consigue, devora
libros; se lee entre 200 y 300 cables informativos por día; está pendiente y al
momento de las nuevas tecnologías de la comunicación; se fascina con Wikileaks, la garganta profunda del
Internet, famosa por la filtración de más de 90 mil documentos militares sobre
Afganistán, en los que este nuevo navegante está trabajando.
–¿Te das cuenta, compañera, de lo que esto
significa? –me dice–.
Internet ha puesto en manos de nosotros la posibilidad de comunicarnos con el
mundo. Con nada de esto contábamos
antes –comenta, al tiempo que se deleita viendo y seleccionando cables y
textos bajados de la red, que tiene sobre el escritorio: un pequeño mueble,
demasiado pequeño para la talla (aun disminuida por la enfermedad) de su
ocupante.
–Se acabaron los secretos, o al menos eso
pareciera. Estamos ante un
periodismo de investigación de alta tecnología, como lo llama el New York Times, y al alcance de todo el
mundo.
–Estamos ante el arma más poderosa que haya
existido, que es la comunicación –ataja–.
El poder de la comunicación ha estado, y está, en manos del imperio y de
ambiciosos grupos privados que hicieron uso y abuso de él.
Por eso los medios han fabricado el poder que hoy ostentan.
Lo escucho y no puedo menos que pensar en Chomsky:
cualquiera de las trapacerías que el imperio intente debe contar antes con el
apoyo de los medios, principalmente periódicos y televisión, y hoy,
naturalmente, con todos los instrumentos que ofrece la Internet.
Son los medios los que antes de cualquier acción
crean el concenso. Tienden la cama,
diríamos... Acondicionan el teatro de operaciones.
Sin embargo, acota Fidel, aunque han pretendido
conservar intacto ese poder, no han podido.
Lo están perdiendo día con día. En
tanto que otros, muchos, muchísimos, emergen a cada momento…
Se hace entonces un reconocimiento a los esfuerzos de
algunos sitios y medios, además de Wikileaks:
por el lado latinoamericano, a Telesur de Venezuela, a la televisión cultural
de Argentina, el Canal Encuentro, y a todos aquellos medios, públicos o
privados, que enfrentan a poderosos consorcios particulares de la región y a
trasnacionales de la información, la cultura y el entretenimiento.
Informes
sobre la manipulación de los poderosos grupos empresariales locales o
regionales, sus complots para entronizar o eliminar gobiernos o personajes de
la política, o sobre la tiranía que ejerce el imperio a través de las
trasnacionales, están ahora al alcance de todos los mortales.
Pero no de Cuba, que apenas dispone de una entrada de
Internet para todo el país, comparable a la que tiene cualquier hotel Hilton o
Sheraton.
Ésa es la razón por la que conectarse en Cuba es
desesperante. La navegación es como
si se hiciera en cámara lenta.
–¿Por qué es todo esto? –pegunto.
–Por la negativa rotunda de Estados Unidos a
darle acceso a lnternet a la isla, a través de uno de los cables submarinos de
fibra óptica que pasan cerca de las costas.
Cuba se ve obligada, en cambio, a bajar la señal de un satélite, lo que
encarece mucho más el servicio que el gobierno cubano ha de pagar, e impide
disponer de un mayor ancho de banda que permita dar acceso a muchos más
usuarios y a la velocidad que es normal en todo el mundo, con la banda ancha.
Por estas razones el gobierno cubano da prioridad
para conectarse no a quienes pueden pagar por el costo del servicio, sino a
quienes más lo necesitan, como médicos, académicos, periodistas,
profesionistas, cuadros del gobierno y clubes de Internet de uso social. No se puede más.
Pienso en los descomunales esfuerzos del sitio cubano Cubadebate para alimentar al interior y
llevar hacia el exterior la información del país, en las condiciones existentes. Pero, según Fidel, Cuba podrá solucionar pronto
esta situación.
Se refiere a la conclusión de las obras de cable
submarino que se tiende del puerto de La Guaira, en Venezuela, hasta las cercanías de
Santiago de Cuba. Con estas obras,
llevadas adelante por el gobierno de Hugo Chávez, la isla podrá disponer de
banda ancha y posibilidades de acometer una gran ampliación del servicio.
–Muchas veces se ha señalado a Cuba, y en
particular a usted, de mantener una posición antiestadunidense a rajatabla, y
hasta han llegado a acusarlo de guardar odio hacia esa nación –le digo.
—Nada de eso –aclara–. ¿Por qué odiar a Estados Unidos, si es sólo un
producto de la historia?
Pero, en efecto: hace apenas como 40 días, cuando
todavía no había terminado de resucitar se ocupó –para variar–, en
sus nuevas Reflexiones, de su
poderoso vecino.
“Es que empecé a ver bien clarito los problemas
de la tiranía mundial creciente… –y se le presentó, a la luz de
toda la información que manejaba, la inminencia de un ataque nuclear que
desataría la conflagración mundial.
Todavía no podía salir a hablar, a hacer lo que está
haciendo ahora, me indica. Apenas
podía escribir con cierta fluidez, pues no sólo tuvo que aprender a caminar,
sino también, a sus 84 años, debió volver a aprender a escribir..
“Salí del hospital, fui para la casa, pero
caminé, me excedí. Luego tuve que
hacer rehabilitación de los pies.
Para entonces ya lograba comenzar de nuevo a escribir.
El salto cualitativo se dio cuando pude dominar todos
los elementos que me permitían hacer posible todo lo que estoy haciendo ahora. Pero puedo y debo mejorar... Puedo
llegar a caminar bien. Hoy, ya te
dije, caminé 600 pasos solo, sin bastón, sin nada, y esto lo debo conciliar con
lo que subo y bajo, con las horas que duermo, con el trabajo.
–¿Qué hay detrás de este frenesí en el trabajo,
que más que a una rehabilitación puede conducirlo a una recaída?
Fidel se concentra, cierra los ojos como para empezar
un sueño, pero no... vuelve
a la carga:
No quiero estar ausente en estos días. El mundo está en la fase más interesante y peligrosa
de su existencia y yo estoy bastante comprometido con lo que vaya a pasar. Tengo cosas que hacer todavía.
¿Cómo cuáles?
–Como la conformación de todo un movimiento
antiguerra nuclear –es a lo que viene dedicándose desde su reaparición.
Crear una fuerza de persuasión internacional para
evitar que esa amenaza colosal se cumpla representa todo un reto, y Fidel nunca
ha podido resistirse a los retos.
“Al principio yo pensé que el ataque nuclear
iba a darse sobre Corea del Norte, pero pronto rectifiqué porque me dije que
ése lo paraba China con su veto en el Consejo de Seguridad...
Pero lo de Irán no lo para nadie, porque no hay veto
ni chino ni ruso. Luego vino la
resolución (de Naciones Unidas), y aunque vetaron Brasil y Turquía, Líbano no
lo hizo y entonces se tomó la decisión.
Fidel convoca a científicos, economistas,
comunicadores, etcétera, a que den su opinión sobre cuál puede ser el mecanismo
mediante el cual se va a desatar el horror, y la forma en que puede evitarse. Hasta a ejercicios de ciencia ficción los ha
llevado.
¡Piensen, piensen!, anima en las discusiones. Razonen, imaginen, exclama el entusiasta maestro
en que se ha convertido en estos días.
No todo el mundo ha comprendido su inquietud. No son pocos los que han visto catastrofismo y
hasta delirio en su nueva campaña. A
todo esto habría que agregar el temor que a muchos asalta, de que su salud
sufra una recaída.
Fidel no ceja: nada ni nadie es capaz de frenarlo
siquiera. Él necesita, a la mayor
brevedad, CONVENCER para así DETENER la conflagración nuclear que
–insiste– amenaza con desaparecer a una buena parte de la humanidad. Tenemos que movilizar al mundo para persuadir a
Barack Obama, presidente de Estados Unidos, de que evite la guerra nuclear. Él es el único que puede, o no, oprimir el botón.
Con los datos que ya maneja como un experto, y los
documentos que avalan sus dichos, Fidel cuestiona y hace una exposición
escalofriante:
–¿Tú sabes el poder nuclear que tienen unos
cuantos países del mundo en la actualidad, comparado con el de la época de
Hiroshima y Nagazaki?
Cuatrocientas setenta mil veces el poder explosivo
que tenía cualquiera de las dos bombas que Estados Unidos arrojó sobre esas dos
ciudades japonesas. ¡Cuatrocientas
setenta mil veces más!, subraya escandalizado.
Esa es la potencia que tiene cada una de las más de
20 mil armas nucleares que –se calcula– hay hoy día en el mundo.
Con mucho menos de esa potencia –con tan sólo
100– ya se puede producir un invierno nuclear que oscurezca el mundo en
su totalidad.
Esta barbaridad puede producirse en cosa de unas
días, para ser más precisos, el 9 de septiembre próximo, que es cuando vencen
los 90 días otorgados por el Consejo de Seguridad de la ONU para comenzar a
inspeccionar los barcos de Irán.
–¿Tú crees que los iraníes van a retroceder?
¿Tú te los imaginas? Hombres valientes, religiosos que ven en la muerte casi un
premio... Bien, los iraníes no van a ceder, eso es seguro. ¿Van a ceder los yanquis? Y, ¿qué va a pasar si ni
uno ni otro ceden? Y esto puede ocurrir el próximo 9 de septiembre.
Un
minuto después de la explosión, más de la mitad de
los seres humanos habrán muerto, el polvo y el humo de los continentes
en
llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a
reinar
en el mundo, escribió Gabriel García Máquez con ocasión del 41
aniversario de
Hiroshima. Un invierno de lluvias
anaranjadas y huracanes helados invertirán el tiempo de los océanos y
voltearán
el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas
ardientes... La era del rock y de los corazones trasplantados
estará de regreso a su infancia glacial...
No hay comentarios:
Publicar un comentario