martes, 15 de julio de 2014

La envidia de Ícaro


Vayan a contarle a Ícaro, el griego de la leyenda que cayó desprendido de sus alas, todos aquellos dichosos que pudieron ver —al menos una vez— el concierto asombroso de la cera, el sol y el hombre… los tres en un mismo espacio.



Como para confirmar lo imposible de tal mezcla, en la mítica historia la cera cobró al heleno la ambición de volar cerca del astro mayor; sin embargo, en una calle singular de una ciudad cubana, el betún de las abejas convertido en arte, pica una década admirando a foráneos y locales que disfrutan del casi perpetuo verano tropical.
La extraña contradicción entre mito y realidad puede verse en el famoso paseo de Bayamo. Y es que entre sus atractivos exclusivos, la capital de la oriental provincia de Granma muestra e invita alMuseo de Cera, única institución de su tipo en el país.
Allí llegan por miles los curiosos de toda Cuba, y encuentran justamente lo que hará diferente —como ha logrado sin variar durante diez años— las vacaciones veraniegas de la familia; no importa ya que entre sus bendiciones naturales, la urbe no tenga bellas playas.
“¡Impresionada!”, exclamó Irenis Silva, profesora de la filial de Ciencias Médicas del municipio de Contramaestre, en Santiago de Cuba, mientras escudriña con la vista los cuerpos “en acción” de Polo Montañés, Carlos Puebla, Compay Segundo y el gran Benny Moré.
El esposo de Irenis elogia el lugar como “un magnífico encuentro con la cultura”, y asegura que ya no lamenta no haber visto personalmente a las figuras representadas; en tanto la hija de ambos promete indagar sobre quienes no conoce, como aquel cuyo letrero al pie indica “Sindo Garay”.
Benigno Betancourt es un chofer de un ómnibus vinculado a un Plan Vacacional para obreros del municipio Calixto García, en Holguín, y esta ha sido la primera de todas las semanas que vendrá a Bayamo.
“Más cerca nos quedan las hermosas playas del norte de la provincia, y sin embargo, la gente demanda mucho venir acá”. Él confiesa que al llegar deja de ser chofer para convertirse en guía, y su hoja de ruta jamás excluye al museo.
De Las Tunas, los hermanos Alberto y Tatiana coinciden en calificarlo como “lo más original” de Bayamo, mientras las jóvenes Mirelis y Yanet, de Ciudad de la Habana, piden a este reportero que les tome una foto con Bola de Nieve al piano: “Parece tan real, que falta poco para que oigamos la música y nos embullemos a acompañarlo cantando Mamá Inés”, dice la primera.
Más de 70 figuras modeladas en cera policromada son exhibidas en el museo, y están clasificadas en dos grandes grupos: uno dedicado al patrimonio natural y otro al arte popular, la legitimidad y el patrimonio.
El primero de los grupos representa la rica fauna típica de las cuatro grandes áreas protegidas de la provincia: el Refugio de Fauna Delta del Cauto y los parques nacionales La Bayamesa, Turquino y Desembarco del Granma, este último declarado por la UNESCO Patrimonio Natural de la Humanidad en 1999. Esta sala exhibe 69 piezas en total, con las aves como el grupo mejor representado, reptiles, roedores y anfibios, por ese orden.
El segundo grupo y más visitado por el público, resulta el dedicado a personalidades de la historia, escritores universales, personajes populares, exponentes de nuestra música cubana y una víctima del terrorismo. Son 14 las relevantes figuras que a tamaño natural muestra hoy el museo, y además de los nombres ya mencionados, impresiona al visitante con las esculturas de José Martí, Carlos Manuel de Céspedes,  Ernest Hemingway, Rita la Caimana, Paco Pila, Rita Montaner, Fabio Di Celmo y Faustino Oramas (El Guayabero).
 Fundado el 14 de julio de 2004 en un local diferente y más pequeño denominado Cerarte, la fertilidad creativa de sus autores y la creciente aceptación de un público cada vez más variado y amplio, obligó a la búsqueda, diseño y construcción de un local expositivo concebido especialmente para las obras de cera, necesitadas de condiciones específicas para la conservación.  
Convertido en entusiasta promotor de actividades diversas, con espacios fijos dedicados a niños, jóvenes y adultos mayores, el museo también realiza acciones de animación sociocultural vinculadas a la enseñanza, el rescate de tradiciones y otros tópicos que favorecen su incidencia positiva en la comunidad. 
A pesar de su relativa corta edad, el Museo de Cera es en la actualidad la institución cultural que presenta la mayor cifra de afluencia de público en la provincia Granma.
A ratos, sobre todo en el momento sublime de cada pieza estrenada, se renuevan las emociones de un encuentro sorprendente. De un modo muy especial se vivió en el quinto aniversario, cuando varios familiares de los representados en cera, validaron con excitación nostálgica las impresiones de los visitantes cotidianos.
Así se vio en las lágrimas de la hermana de “El Bola”, en el largo silencio de la hija de “El Bárbaro del Ritmo”, en los recuerdos amontonados de la viuda de Puebla y en el brazo extendido de Giustino Di Celmo, queriendo tocar, como para revivirlo, a su hijo Fabio, víctima del terrorismo contra Cuba.
De las manos de dos jóvenes y su progenitor sale consumada esta expresión sublime del arte plástico. Rafael (padre e hijo) y Leander (el menor y creador de la primera pieza) firman cada obra como la familia Barrios.
Viven y crean toda esta maravilla en el mismísimo Guisa, el poblado arrullado por las primeras lomas de la Sierra Maestra, poseídos por un dominio técnico y una imaginación que los distinguen ya. Se alejan cuanto pueden de lo fingido; tanto, que no utilizan prótesis en sus obras, ni para simular detalles minúsculos y complejos como los dientes, las uñas o los ojos, hechos también de cera, con la sola excepción de las uñas de Rita Montaner.
De tan reales, a veces da la impresión que a sus creaciones solo le resta un soplo de vida para que echen a andar, y es que a falta de un corazón, sus gestores le heredan ese latido fecundo que suele engendrar el sentimiento de verdadera cubanía. Sus motivaciones no han sido sino eso, un sentimiento personal profundo, que bellamente se revela en cera modelada.
He ahí la razón del primer parto: un Polo Montañés que les dolió en el alma con su partida. Un guajiro natural como ellos mismos, que les arrancó un pedazo y ellos lo devolvieron hecho arte, pocos días después del trágico suceso.
Luego las cuerdas pulsadas de Carlos Puebla y Compay Segundo, los sones entonados por el Benny, después Sindo Garay y más reciente El Guayabero de todos: siempre el latido de cubanía les alienta la inspiración.
Ojalá que diez años sea un mínimo período en sus anales de vida, que esta primera década sea solo un cumpleaños de infancia para el singular Museo de Cera; centro de un orgullo urbano, limpio y galante para los bayameses.
Ojalá siga haciéndose profunda su impronta en la cultura local —aunque quizás en un espacio más grande—, alimentado por el talento peculiar y disfrutable de una familia de inspiración tan empinada como los picachos de su natal Sierra Maestra. 
Tal vez sobre esas mismas cumbres asome por momentos el griego volador de la leyenda, envidiando la buena cera que allí se amolda y viaja luego a una ciudad cercana; donde deslumbra al visitante que bajo el sol de verano, goza tanto la tranquilidad de un museo como la algarabía de una playa.


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