viernes, 2 de abril de 2010

PASCUAS DE 1956:TERRORISMO DE ESTADO

Pascuas de 1956: terrorismo de Estado
El trágico saldo de esas jornadas fue de 23 asesinados, entre ellos el máximo dirigente del Movimiento 26 de Julio en Holguín, Pedro Díaz Coello, otras importantes figuras del Movimiento 26 de Julio y del Partido Socialista Popular, trabajadores y dirigentes sindicales, aunque hubo entre las víctimas hombres de otros partidos o sin filiación política. Sucesión de actos de violencia para infundir terror, he ahí la definición de terrorismo, ¿Y acaso no fue eso lo ocurrido en las Pascuas de 1956, fecha escogida con premeditada crueldad para emprender una sangrienta cacería de revolucionarios en el norte de la antigua provincia oriental? Pero el calificativo más preciso de este criminal episodio no puede ser otro que terrorismo de
Estado, porque fue en una reunión efectuada en el Estado Mayor del Ejército en Columbia, presidida por el mismísimo tirano Fulgencio Batista, en donde se le informó al coronel Fermín Cowley, jefe del Regimiento Militar de Holguín, la posibilidad de que se produjera un desembarco en la zona bajo su jurisdicción y se le dio carta blanca para que evitara la ocurrencia allí de acciones de apoyo similares al alzamiento ocurrido el 30 de noviembre de ese año en Santiago de Cuba. La “disciplinada”respuesta de Cowley fue un macabro plan conocido como Operación Pascuas, por considerar ese momento el más propicio para localizar a sus víctimas que con seguridad estarían celebrando la tradicional festividad navideña junto a su familia. Y es que no se trataba de detener a los revolucionarios para que evitar que actuaran, como aclaró el propio coronel a sus subordinados, sino de liquidarlos. La orden fue emprender la siniestra redada después de las doce de la noche del 24, porque Cowley no quería ningún muerto en Nochebuena, y concluir antes del amanecer, aunque si no era posible encontrar a todos “los elementos peligrosos”en ese lapso de tiempo, la operación podía extenderse hasta el amanecer del 26. El trágico saldo de esas jornadas fue de 23 asesinados, entre ellos el máximo dirigente del Movimiento 26 de Julio en Holguín, Pedro Díaz Coello, otras importantes figuras del Movimiento 26 de Julio y del Partido Socialista Popular, trabajadores y dirigentes sindicales, aunque hubo entre las víctimas hombres de otros partidos o sin filiación política. Muchos de ellos fueron arrancados de sus hogares, salvajemente torturados y sus cadáveres abandonados en carreteras, en el campo, debajo de un puente, colgados de un árbol, escenas dantescas que conmocionaron al pueblo. No fue precisamente la reacción popular la que preocupó a los verdugos, sino el haberse adelantado a la orden de su jefe, al asesinar a la salida de la Nicaro Nickel Company, el 23 de diciembre, a Rafael Orejón, dirigente del Movimiento 26 de Julio en esa localidad, para evitar que “se les fuera” a Guantánamo a celebrar las Pascuas con su familia. La cínica respuesta del coronel a esa ejecución anticipada fue que ojalá todos los incumplimientos de sus órdenes fueran así porque lo peor hubiese sido que no lo ejecutaran. Lo que no pudieron impedir fue que Orejón llevara a Holguín un importantísimo mensaje de la dirección del Movimiento en Santiago de Cuba: que Fidel estaba vivo y había llegado a la Sierra Maestra. En un falso juicio seguido contra Cowley y sus compinches, este declaró desvergonzadamente que tras una investigación había llegado a la conclusión de que los autores de la masacre pertenecían “a los mismos bandos subversivos y terroristas que activamente operaban en esta zona; y parece ser que por discrepancias entre los mismos en la ejecución de los planes para alterar la paz pública hubieron de decretarse mutuamente la eliminación física.” La causa del coronel fue sobreseída y los demás militares involucrados resultaron absueltos. En sus conclusiones el oficial investigador dijo que no había descubierto ningún nexo entre el personal de las Fuerzas Armadas y los hechos que se les achacaban. No podía esperarse otra conducta con los integrantes de un aparato de terror que servía a los intereses de la oligarquía y de los monopolios de Estados Unidos. Washington invirtió millones de dólares en equipamiento y armas para el régimen batistiano y más de 500 oficiales de su ejército fueron entrenados en bases militares de ese país. En aquellos tiempos el Norte tenía oídos sordos para los crecientes reclamos provenientes de la Isla de que se respetaran los derechos humanos, y porque hechos como este no quedaran impunes. Tuvo que ser un comando del Movimiento 26 de Julio el que le hiciera pagar al siniestro coronel todos sus crímenes. Los que antes toleraron actos de terrorismo de Estado como este y durante casi 48 años han promovido el terrorismo contra la Revolución cubana, tienen el cinismo de ofrecerse en su pretendido plan de transición hacia una Cuba democrática para capacitar a las fuerzas militares y a la policía cubanas sobre los derechos humanos, y citan como ejemplo la experiencia del Departamento de Estado y de Justicia estadounidenses, en colaboración con las fuerzas policiales, en situaciones de transición. ¿Acaso pretenden convertir a Cuba en otra Iraq y multiplicar por toda la Isla los crímenes de las Pascuas Sangrientas? Pueden estar seguros de que los cubanos no lo vamos a permitir.

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