martes, 3 de junio de 2014

El océano se mudó de lugar


El Centro Histórico de la Habana Vieja siempre sorprende. En estos días, quien transitó por allí y llegó a la intersección de Mercaderes y Obispo, en la esquina del Colegio de San Gerónimo y del Hotel Ambos Mundos, debió abrir bien los ojos para cerciorarse de que no estaba bajo el agua.

Un tiburón, un pez erizo, un atún, una barracuda y un pez espada suscitaban esa duda pues sus grandes dimensiones nos hacía sumergirnos por instantes en el mundo acuático.

Los peces estaban ahí, y el viento los mecía, y todos los transeúntes se tomaban fotos a su lado. De vez en cuando se escuchaban voces de regaño, pues no eran pocos los niños que arrancaban las cadenas que los rodeaban para llevarse un recuerdo.

Parece que el océano se mudó de lugar, me dijo Jessica Beatriz, una niña de 12 años que se sentía muy contenta por vivir tan cerca. “Desde que estos peces llegaron, vengo a verlos todos los días, y aunque son plateados, de aluminio o algo parecido, me parece que son de verdad”.

Esa era quizás la intención primigenia del artista francés Mauro Corda, quien por segunda ocasión escogió La Habana con el ánimo de imbricar el arte con la vida cotidiana y compartir un llamado de atención en torno al ámbito marino, sus potencialidades y cuidados. La primera vez fue hace dos años, cuando en la XI Bienal de La Habana, el galo quiso estremecernos con “La indiferencia”, exposición que pudo ser apreciada en la Biblioteca Pública Rubén Martínez Villena.

Con esta muestra, Océano, Corda intentó provocar, y lo logró, pues nadie podía ignorar sus esculturas, y todos se detenían a escudriñar cada detalle. “Parecen reales…Son gigantes… ¿Por qué están aquí?... ¿Qué pasaría si se caen?!”. Escuchamos decir…

Mientras caminábamos, fotografiábamos, sonreíamos, queríamos tocar…Y el objetivo de Corda se ha cumplido pues al mudar el océano de lugar durante estos meses, también logró “remover” nuestros pensamientos.



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