martes, 4 de marzo de 2014

Conducta y el hombre nuevo

La película cubana Conducta ha sabido tocar, sin zaherir, las fibras más sensibles del público nacional...
 Justo Planas Cabreja

Buscaban los cineastas cubanos una película que redondeara las formas de la desazón, de los esfuerzos cotidianos por salir a flote, de la desidia cotidiana por mantenerse a remolque, de los que se van, de los que se quedan, de los que no comen… buscaba desde hace una década el cine cubano una película que pusiera sobre la mesa los problemas de esta generación de jóvenes, es decir, de la Cuba por venir que ya está aquí. Y no ha dejado de intentarlo una y otra vez, con comedias, aventuras, musicales, tragedias, parodias… sin encontrar cabalmente la estructura que retratara el profundo dolor que hiende en las entrañas de todos.


Por razones culturales, ideológicas, por muchas  razones, esa película debía ser un melodrama, un melodrama hecho con fino pincel como Conducta. Y a juzgar por las extensas colas en los cines, este melodrama ha sabido tocar, sin zaherir (he aquí la debilidad de los precedentes) las fibras más sensibles del público nacional. Incluso cuando ya corre de flash en flash, ya se venden en la esquina DVDs con la película, la gente necesita ir al cine, que permite al dolor ser compartido socialmente.
Dirán algunos que Conducta apela a una sensiblería de carácter universal, con niños desahuciados, enfermos, inmigrantes, emigrados, con niños que, a fin de cuentas, apelan como entes dramáticos a los recuerdos más puros que guardamos todos. Pero el director Ernesto Daranas ha sabido encontrar los actores correctos para interpretar esos niños, y en el naturalismo que ellos aportan a la obra radica su dimensión cubana. Son actuaciones excelentes, pero nos sobrecoge más que nada la certeza de reconocer que se actúan a sí mismos, que en esa pretensión infantil de imitar o de ser hombres rudos, mujeres zafias, se encuentra agazapada la manera en que el mundo —¡nosotros!— los ha tratado, les señala su futuro.

Por otro lado tenemos una maestra, Carmela, interpretada —quizás en uno de los roles más importantes de su carrera— por Alina Rodríguez. Esta no es la maestra de primaria que podríamos encontrarnos en cualquier aula cubana. Eso lo tenemos clarísimo todos. El melodrama, a fin de cuentas, se permite modelar en ciertos personajes al hombre o la mujer deseados. Carmela es la maestra que todos desearíamos tener. ¡Y esta maestra ofrece en el plano de la ficción tanto de lo que la realidad nos ha quitado!

Carmela es el hombre nuevo, ese ideal de los 60 que ahora visto desde la distancia de varias décadas nos parece tan universal que desborda ideologías, credos (¿no significa, por ejemplo, Evangelio: “Palabra Nueva”?). El hombre nuevo era el sueño de un hombre fiel a sí mismo y a los suyos. ¡Y, en este sentido, nos angustia tanto ver cómo los que han llegado después de Carmela, profesores que aprendieron las primeras letras en su propia aula, permiten o quieren retirarla! ¿Vivimos la época donde sale de la escena histórica este ideal?

Cualquiera que sea la respuesta —el director lanza en todo caso la pregunta—, no podemos coincidir con Daranas en que la responsabilidad caiga sobre las generaciones que sucedieron a Carmela. Ni uno de los profesores que ella formó, ningún joven, muestra la determinación o el compromiso de ella con la formación de la niñez cubana. Para estos, más jóvenes, todo el asunto de la educación consiste en ajustarse desapasionadamente a ciertas normas que dictaran desde “arriba”, un arriba igual de aséptico y desapasionado. Por ejemplo, en el teatro cubano, los Novísimos han introducido el pulgar en las heridas del hombre nuevo, que sangran mucho por el costado de los conflictos intergeneracionales; sin embargo, las conclusiones de estos dramaturgos, muchachitos de los 2000, son distintas.

Muchos dicen por la calle que Conducta está ya entre las mejores del cine cubano. Eso lo decidirá el tiempo, los que ahora estudian en las primarias cubanas tienen la última palabra. Pero cuando muchos en el cine lloran al tropezarse con sus problemas cotidianos, cuando el dolor es compartido por muchos y hay catarsis, las soluciones andan cerca.





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