viernes, 21 de marzo de 2014

La raíz africana, parte indisoluble de la cubanidad

Los cubanos no somos ni blancos, ni negros ni mulatos, somos mestizos, hijos de varias etnias y subetnias arahuacas, de la península ibérica y de África...
Pedro Antonio García
 
Recientemente, en la sede nacional de la Uneac, alguien me reprochó el no haber escrito la historia del negro en Cuba. “Prueba a escribir la historia nacional sin mencionar a los cubanos negros y mulatos, a ver si puedes”, le repliqué simplemente.
Es cierto que dos personalidades cimeras de nuestra nacionalidad, José Antonio Saco y Fernando Ortiz, han tenido expresiones infelices sobre la racialidad en la Isla. El primero, al no considerar a los afrodescendientes como parte de la cubanidad. El segundo, al acuñar el término de afrocubanía, tan manipulado hoy.

Del dislate del antianexionista mayor, es ocioso referirse otra vez si los lectores acuden al primer párrafo de este texto. Sobre lo expresado por Don  Fernando, me parece redundante y reductor, como solía decir un viejo profesor. Dígase cubano y se está diciendo africanía, hispanidad y, por qué no, raíz arahuaca.

Delimitar étnicamente a los cubanos por el color de su piel me parece una abstracción vacía de sentido. En nuestro archipiélago toda tez, sea blanca, negra o mulata, es engañosa. Cada censo estadístico que clasifica superficialmente a mis compatriotas y anuncia un 72% de blancos entre nosotros, me causa carcajadas.

Mi abuelo, el general mambí Eduardo García Vigoa, era castaño pelirrojo de ojos verdes y su bisabuela era carabalí. Dos  personalidades de nuestra cultura, la periodista Marta Rojas y la investigadora Deisy Rubiera, tienen una piel que “delata” su afrodescendencia y ambas tuvieron abuelos asturianos.

Es desacertada la creencia de que descendemos de gallegos y yorubas fundamentalmente. De cada tres africanos que fueron traídos a la Isla, uno pertenecía a las etnias congo-bantúes. Por el lado ibérico, el componente canario, asturiano y andaluz fue más relevante que el de los paisanos de Valle-Inclán.  

No somos una nacionalidad de blancos, con el perdón de Saco, ni de negros ni de mulatos, sino de mestizos, con el perdón de nuestros estadísticos, que erróneamente encasillan con este apelativo a una minoritaria parte de la población.

En términos de racialidad en Cuba, como diría el Principito de Saint Exupery, lo esencial es invisible para los ojos, hay que ver con el corazón.

DESDE EL PRIMER GRITO

En 1868, en el ingenio Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes enarboló las dos banderas de nuestra nacionalidad: la independencia absoluta y la conquista de toda la justicia social para todos, que por aquellos días tenía que partir necesariamente de la abolición de la esclavitud.

Es bueno aclarar que en las jurisdicciones de Bayamo, Manzanillo, Jiguaní, Tunas y Holguín, donde estalló la insurrección, el esclavo no era la mano de obra fundamental. En esos territorios vivían unos 85 mil cubanos negros y mulatos libres y fueron ellos, no los bozales traídos de África, quienes engrosaron el Ejército mambí.

El Héroe del 10 de Octubre fue más allá, algo que muchos olvidan: abogaba por el sufragio universal, con el que los derechos y deberes del antiguo amo se igualaban con el del antiguo esclavo, que adquiría ahora categoría de ciudadano en toda su magnitud.

Cuando Bayamo fue tomada por los insurrectos, para el primer gobierno mambí de la ciudad se eligieron a negros y mulatos. Céspedes estimuló el ascenso de afrodescendientes a los grados militares más altos y ya en 1869 uno de ellos, Ramón Ortuño Rodríguez, ostentaba las estrellas de general.

Nacido en Holguín en 1817, Mongo derrochó coraje en la manigua hasta su caída en combate en 1870. Luego se destacaron Antonio, Rafael y José Maceo, Guillermón Moncada, Flor Crombet, Quintín Banderas y Agustín Cebreco, por solo citar unos cuantos.

José Martí desmintió muchas veces “el temor insensato, y jamás en Cuba justificado”, al cubano negro, que nunca tuvo “escuelas de ira, como no tuvo una sola culpa de ensoberbecimiento indebido ni de insubordinación, En sus hombros estuvo segura la república [en armas], a la que no atentó jamás.”

EN LA NEOCOLONIA

La república fundada en 1902, bajo el influjo de la cultura yanqui, discriminó a los cubanos según el color de la piel. En los banquetes oficiales, a los congresistas “de color” (eufemismo para denominar a los negros y mulatos) se les invitaba personalmente, pero no a sus esposas, como sí sucedía con “los blancos”.

En ciudades como Santa Clara, hasta 1959, los negros y mulatos solo podían descansar en una cuadra del Parque Leoncio Vidal, las restantes les estaban vedadas. En Trinidad la prohibición incluía las cuadras del Parque Céspedes que quedaban al frente del Ayuntamiento y del Grand Hotel (hoy Iberostar).

Todas las disposiciones racistas existentes en nuestro país fueron abolidas tras el triunfo revolucionario del Primero de Enero. Mucho se ha avanzado desde entonces, pero también aun queda mucho por avanzar. Lamentablemente han sobrevivido prejuicios que no pueden erradicarse con una ley o un decreto. 

En 1908, como reacción al racismo imperante surgió el Partido de los Independientes de Color, con una labor encomiable en la denuncia de las desigualdades, pero errando la táctica, al no comprender que la solución tenía que involucrar también a los blancos pobres y a las mujeres de cualquier coloración. 

Más acertados estuvieron los líderes obreros Lázaro Peña, José María Pérez, Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias, quienes lucharon contra las desigualdades sociales, raciales y de género. Los tres primeros, elegidos para el parlamento, llevaron allí sus demandas, pero era imposible una solución de ese mal en aquella sociedad.

Durante la etapa insurreccional contra la tiranía batistiana, cubanos negros y mulatos resaltaron como combatientes, desde el caso más conocido, el comandante Juan Almeida, hasta otros menos abordados como Armando Mestre, combatiente del Moncada y expedicionario del Granma.

Hubo dos afrodescendientes que sobresalieron en la lucha clandestina contra la dictadura: el manzanillero José Machado y el santaclareño Gerardo Abreu Fontán.

Machadito fue el gran héroe del Ataque a Palacio, al dirigir y cubrir a sus compañeros en la retirada, una vez que se percataron de la traición del llamado “grupo de apoyo”, que nunca llegó a la primera línea del combate. 

Fontán organizó las Brigadas Juveniles del Movimiento 26 de Julio en la capital. Encomiable fue su labor de captación para la acción revolucionaria dentro del movimiento estudiantil de la Segunda Enseñanza y entre los jóvenes obreros. Es uno de esos héroes que hizo mucho y se le recuerda poco.

No voy a apelar, por respeto a los lectores, a hechos más recientes, como la batalla de Girón, la lucha contra bandidos o las gestas internacionalistas donde desempeñaron un papel destacado los afrodescendientes.
¿No concuerdan conmigo los lectores, ante los argumentos expuestos, que no se puede escribir la historia nacional sin referirse a los cubanos negros y mulatos?

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